Golpea contra el vidrio como una chispa brillante y de a poco se desliza. Marca un camino encorvado, que nunca se acaba, y solo termina cuando el sol vuelve a salir. Pero aún existe... aún queda ese rastro opaco que solo se deja vislumbrar con algunos rayos que se animen a mostrarlo. Y aunque digan que ya nada quedó de aquellas aguas que mojaron el paisaje, siempre va a haber ojos que puedan realmente ver lo que la tormenta dejó.
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