miércoles, 18 de abril de 2012

Una tarde

Sentía cómo los párpados se le cerraban de a poco, pero no quería dormirse. Las notas llegaban a sus oídos con calidez, podía sentirlo respirar tranquilo mientras cantaba tras ella. Estiró la cabeza y se acomodó mejor sobre el regazo de quien le susurraba esas pequeñas melodías. Su voz la llenaba en todos los sentidos y siempre que lo escuchaba, intentaba atesorar cada nota en su memoria. Él le acarició el cabello y le besó la coronilla, dejando de cantar al creerla dormida.
-No te detengas.-Pidió ella suavemente con los ojos entreabiertos.
Él no le dijo nada y continuó la canción; sabía que contra ella no podía, que por más que le insistiera, no iba a dormirse y que era capaz de pedirle cien canciones más con tal de no dejarlo ir. La observó, acurrucada en su regazo cual niña pequeña, le gustaba sentir que protegía aquella fragilidad suya del resto del mundo. Le delineó los rasgos de la cara con la yema de los dedos mientras su canto se iba convirtiendo cada vez más en un susurro. Suspiró triste al ver el reloj, le era tan fácil olvidarse de que el tiempo corría cuando estaba con ella... Estaba llegando tarde y tenía conciencia de eso, pero no quería ir a trabajar, ese día no tenía ganas. Sabía que estaba mal, que las responsabilidades eran una parte de su vida ahora y que debía afrontarlas, sabía todo eso. Pero también sabía que si se marchaba no iba a verla despertar, ni iba a escucharla pronunciar su nombre o besar sus labios. En ese momento, mientras cerraba los ojos, se dio cuenta de que ella era su paz ahora, que era su guía y su camino, y no quiso desviarse por nada del mundo. Se acurrucó junto a ella y le besó el cabello antes de quedarse dormido.

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