miércoles, 28 de diciembre de 2011

Anochecer de un día agitado, volviendo a casa

Ese momento en el que venís caminando tranquilamente por la calle a paso firme -ni demasiado rápido ni muy lento, simplemente justo- y te das cuenta de que te faltan dos cuadras para llegar a tu casa y pensás MALDITA SEA, no quiero llegar. Ahi es cuando esas dos manos que venían agarradas a las tiras de tu mochila naturalmente, se aferran a ellas como si eso mágicamente hiciera que las cuadras sean cada vez más largas, como si así pudieras quedarte infinitamente en la calle, retrasando la llegada a tu casa. En un suspiro, mirás a la luna y pensás que sería perfecto seguirla. Casi casi doblás para donde pensás que ella está, con ese impulso loquísimo de correrla hasta no dar más... pero un pequeñísimo dejo de cordura hace que sigas el camino a casa con ese paso cansado y la cabeza gacha. Y al final, llega ese maldito momento en el que la llave entra en la cerradura de manera perfecta, y no podés hacer nada más que girarla. Dejás a la ciudad, a la calle y a sus ruidos detrás de esa puerta cerrada, entrando a un lugar donde la magia de tus pensamientos se corta y te ves obligado a escuchar lo que te dicen, lo que te preguntan, para luego contestar a todo con un "me fue bien" cansino, sin ganas. Tirás todo así nomás, te sacás la ropa de calle y te calzás el pijama, sacándote aún más ese espíritu de ciudad con el que venías. Te tirás en la cama con el cuarto apenas iluminado e intentás retomar esos pensamientos y esas ideas tan interesantes que abarrotaban tu cabeza mientras caminabas, pero es imposible, toda esa magia quedó afuera, cuando cerraste la puerta...

Mañana será otro día, y la puerta siempre puede volver a abrirse, ¿No? 

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